miércoles, 7 de julio de 2021

Texto de apoyo Unidad 4. El análisis clasista de la acción colectiva: la experiencia antagónica

Elija entre los textos de Gomez, Modonessi, Touraine, Di Marco, Galafassi. No hay texto obligatorio. Cada uno interviene el texto que quiere. Y tiene que agregar al menos un comentario en algún otro texto. 

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Texto de Apoyo Unidad 4- Debates y problemas del análisis clasista de la acción colectiva

Uno de los aspectos más frecuentados en el análisis sociológico es el de las dimensiones clasistas de la política y la movilización colectiva. Para la sociología clásica del siglo XX, política y poder eran fenómenos clasistas por excelencia. Partidos políticos y sindicatos tenían sus propias bases sociales socioeconómicamente identificables que expresaban intereses, ideas y prácticas homogéneas.  Fenómenos posteriores como el llamado “desclasamiento del voto y de las preferencias ciudadanas” y la pérdida de identidades basadas en el trabajo y la producción plasmadas en partidos políticos y sindicatos fueron limando el carácter clasista de la política y la lucha por el poder en sentido amplio. 

Al estudiar a los posestructuralistas o a Laclau, la política se convierte en un fenómeno discursivo que no necesariamente responde a un patrón de posicionamiento de intereses materiales y condiciones materiales de vida. Otros teóricos inspirados en el marxismo han innovado en variantes conceptuales para retener la centralidad del abordaje clasista. Es el caso de E. Olin Wright en el texto “Clase y política” (1995: 239-259) en donde se plantea la incidencia de clase en tres niveles del análisis político: situacionales, institucionales y sistémicos.

La clase y la lucha de clases moldean la política pero a través de diversos niveles de ejercicio de los poderes clasistas. En el nivel más inmediato o “situacional” el detentar el control o disposición de ciertos bienes estratégicos permite ejercer directamente un mando sobre otros. La burguesía puede coercionar, presionar o simplemente “comprar” o “persuadir” funcionarios, legisladores, etc.

En un nivel más mediato y complejo, el poder que se ejerce es “institucional”: no es tanto el mando y lo que se quiere imponer como el control de lo que son opciones válidas o legítimas. Es el poder de controlar la agenda de decisiones y de descartar opciones alternativas. 

Finalmente hay un poder de base o largo plazo que se denomina “sistémico”, y alude a un sesgo que tiene la forma de organización y distribución de recursos de poder que permite ahorrar esfuerzo en controlar agendas y dar órdenes. Sería el poder incorporado a las reglas; es el poder de fijar  la naturaleza del juego  de manera favorable.

Los capitalistas tienen enormes recursos financieros y contactos, influencia directa en funcionarios, medios, etc. y una desproporcionada capacidad de conducción política. Pero en este punto sus intervenciones son siempre ajenas al interés del conjunto de la burguesía y se suelen contrarrestar recíprocamente. Los funcionarios y elencos políticos disponen de amplios recursos y de la miopía y apatía de la burguesía fragmentada.

La dimensión institucional del estado capitalista muestra el poder “negativo” de las clases dominantes: garantizar lo que no debe suceder. El estado no puede interferir con la acumulación privada sin afectar sus fuentes de financiamiento. El voto individual con representatividad  por territorio  (y no por función) licua el poder de las clases subalternas impidiendo focalizarse en aspectos estratégicos, lo que permite que dichos aspectos sean excluidos de la agenda pública.  

El efecto de poder sistémico reposa en la dependencia de intereses del resto de las clases de la acumulación de capital. En la medida que los intereses del conjunto se articulan a la acumulación, mayor es el sesgo hacia reglas que favorezcan dicha acumulación.

El breve texto de Harvey sobre el significado del poder clasista en el neoliberalismo muestra algunas de estas cuestiones en la historia más reciente del capitalismo. Hay cambios en la composición de las clases dominantes, la financiarización y el control de los mecanismos monetarios, cambiarios y bursátiles se convierten en estratégicos y subordinan al tradicional gobierno de los medios de producción y la inversión productiva. Las mismas empresas productivas se financierizan y extraen su ganancia no tanto de la explotación del trabajo como de las oportunidades de valorización rentística y especulativa, que requieren también fuerte intervención y control sobre la regulación estatal de mercados y sectores de actividad. 

Asimismo se cambia la relación entre accionistas y managers o altos ejecutivos y las estrategias de acumulación por medios financieros configura una nueva gran burguesía con fuerte inclinación a la intervención política. Los fenómenos de concentración personal de la riqueza y la diversificación financiera de la misma hacer que las viejas distinciones entre fracciones productivas, comerciales y bancarias se vayan haciendo anacrónicas. Los nuevos magnates aúnan estrategias financieras, monopolización de servicios (especialmente de comunicación) o bienes de alta tecnología y fuerte influencia estatal…¡¡¡sobre múltiples estados!!!

El capitalismo financiero global está fuertemente politizado: el control de los procesos decisionales es también un recurso estratégico de la acumulación, ya que define oportunidades de rentas, de transferencia de costos, de acaparamiento de bienes naturales, etc. Cualquiera puede darse cuenta que las políticas de “valorización financiera” dependen de decisiones monetarias y cambiarias estatales y no de “tendencias” de los mercados.

Otro de los núcleos en debate de la teoría contemporánea de las clases es la relación con los procesos y fenómenos de movilización social. A partir de fines de los ’60 el surgimiento de nuevos actores del conflicto social en el capitalismo avanzado (feminismo, pacifismo, ecologismo, contracultura juvenil) derivó en una progresiva pérdida de valor explicativa para la lucha de clases. Teóricos como A. Touraine van a caracterizar a las sociedades de un lado al otro de la cortina de hierro como sociedades posindustriales en donde no se trata tanto de controlar el proceso de producción material y la explotación de la fuerza laboral, como de gobernar las dimensiones subjetivas de la existencia humana. Los bienes estratégicos son aquellos que permiten el control de la apropiación del “sentido histórico”, de la historicidad y por tanto son los principales moldeadores de los “estilos de vida”, de las “sensibilidades” culturales, y de las “necesidades” humanas. Así el control de los deseos, el conocimiento, la información y las aspiraciones de individuos y colectivos pasa a ser el objeto fundamental de la lucha social. Para este tipo de luchas Touraine considera que la categoría de “movimiento social” es la más adecuada porque opera a nivel de la historicidad y no a nivel de la distribución material como es la de clase social. En el capitalismo avanzado la disputa no está entre proletarios y burgueses sino entre una tecnocracia corporativa público privada y los movimientos sociales que disputan el sentido de vivir en sociedad.

Ha habido todo tipo de lecturas sobre el tema: aquellos que ven clase y movimiento social como conceptos incompatibles (ver el texto de Galafassi, por caso); aquellos que intentan una complementariedad (ver el texto de Gomez). Algunos que tienden a reducir los movimientos sociales contemporáneos a explicaciones dentro del clivaje Capital/Trabajo (“la explotación de la mujer”, “del negro”, “la renta medioambiental”, etc.) otros que sostienen criterios multimodales y ven la racialización o el patriarcado como fuerzas que dominan el capitalismo.

En el texto de Gomez (2014) se pueden ver los sesgos clasistas en los fenómenos de organización, acción e identificación colectiva. Cada grupo social tiene su propia forma de organizar y plantear la lucha y esa forma no puede separarse fácilmente de las condiciones materiales de vida. 

En el texto de Di Marco sobre el pueblo feminista también se observa que las luchas contra la exclusión social protagonizadas por las mujeres piqueteras y el acoplamiento de demandas como la legalización del aborto a las de inclusión económica en los primeros años de este siglo, significaron un cambio y un impulso decisivos en la conformación del movimiento feminista. Clase y género no pueden separarse fácilmente en los procesos de movilización colectiva.


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Texto de apoyo Unidad V- Aproximaciones al análisis de clase y los antagonismos en las sociedades latinoamericanas contemporáneas

 2 Links para la bibliografía Unidad 5   https://drive.google.com/drive/folders/1fFl4eZkp5OLyNMZZslu7sR1PMLY8p66z?usp=sharing https://drive....